martes, 18 de octubre de 2011

Confesiones de verano (relato corto que escribí hace tiempo para un concurso)

   Cuando la chica rodeó aquel edificio recordó lo que había pensado al llegar allí el primer día: “Sitio nuevo, vida nueva”. Sonrió amargamente para sí, nunca había estado tan equivocada.Su figura esbelta con una mata de pelo negro se alargaba en sombras en la pared de ladrillo. Le acompañaba un chico rubio,con una tabla de skate que la miraba dulcemente.
Silvia siguió mirando el edificio de ladrillo que de repente hacía que la asaltasen millones de recuerdos. Recordó que ella había llegado allí con esperanzas de poder ser una chica como las demás, quería integrarse, y quería hacerlo bien, mamá y papá se habían dejado el espinazo para poder meterla en aquel lugar. Nunca olvidaría sus caras cuando les dijo que ya no quería terminar sus estudios allí, parecían decepcionados, no comprendían por qué de repente su hija quería tirar por la borda su brillante futuro académico. Lo más duro fue explicárselo todo sin echarse a llorar, odiaba llorar, le hacía sentirse débil. Respiró y agarró fuertemente la mano de Tom, su novio, si estaban allí era para explicarle todo. En sus dieciocho años de vida Silvia no había querido a nadie como a Tom. Hacía un año y medio que lo conocía, y uno que eran novios, él era alemán y se mudó por cuestiones del trabajo de su padre, pero había llegado el momento de que se separasen: ella estudiaría en Madrid y él  volvería a Berlín, junto a su hermano, su padre se había empeñado en mandarles de nuevo a su ciudad natal. Silvia sabía de sobra lo que significaba eso y decidió que antes de que les separasen miles de kilómetros debía contarle a Tomlo único que él no sabía de ella. Llegaron a un parque cubierto de plantas, la mayoría secas, era pleno agosto y hacía bastante calor. Buscaron un banco a la sombra y se sentaron juntos en el primero que encontraron, de cara al edificio.
-¿Para qué me has traído aquí?- preguntó Tom mirando a su alrededor, parecía no entender nada, Silvia le había sacado de casa sin ninguna razón aparente mientras dormía la siesta.
-Eh, bueno, te quería contar algo y pensé que éste sería el mejor lugar para hacerlo- confesó ella.
-¿Puedo preguntar por qué?
-Ese era mi antiguo colegio, antes de que me cambiara.
-¿Por qué te cambiaste?- preguntó Tom empezando a interesarse.
- Era a lo que iba ¿quieres que te lo cuente?
-¡Claro!- asintió él con curiosidad. Silvia miró hacia el edificio armándose de valor, lo que le iba a contar no lo sabía nadie excepto sus padres y su mejor amiga. Cogió aire y empezó a hablar.
- Bueno - dijo señalando el edificio- todo empezó en primer año, como ya sabes, yo nunca he sido una chica convencional a la hora de vestirme y peinarme, imagínate la reacción de todos cuando me presenté. Todos me miraban mal, cuchicheando los unos a los otros a mis espaldas. La verdad es que no me hice precisamente con la gente nada más entrar. A pesar de todo no perdí las esperanzas, estaba dispuesta a integrarme y a hacer amigos. Digamos que al principio todo fue bien, me hice de algunas amigas e iba bastante bien en los estudios. Sin embargo, nada en esta vida es eterno. Y aquí empieza mi historia.
Había una chica, se llamaba Belinda, yo no le gustaba nada, se dedicaba a hacerme la vida imposible. Me insultaba constantemente y me humillaba siempre que podía, yo no le hacía caso, me daba igual lo que ella pensase de mí y eso le fastidiaba aún más. Era la típica chica que siempre conseguía lo que se proponía, guapa y popular. Yo procuraba pasar desapercibida en clase, ella era mi compañera, me sentaba todo lo atrás que podía y pasaba de todo. Pero ella siempre se las arreglaba para machacarme psicológicamente, lanzó rumores contra mí y me insulto. Sin embargo yo intentaba que nada de eso me afectase, pero ella era mucho más astuta que yo y sabía cómo hacerme daño. Se metió en mi grupo de amigas, nos separó y poco a poco consiguió quedarme sola. Hacia mediados del segundo trimestre ya no me quedaba ninguna amiga en aquel sitio, era una apestada, alguien de quien la gente huía y le daba asco. Yo procuraba que no me afectase, pero no podía creer como las que habían sido mis amigas, me podían hacer eso, sólo pensaba en que yo no sería capaz de tal cosa y no me cabía en la cabeza que ellas me lo hicieran a mí. Al principio me sentí culpable, me auto convencí de que seguramente les hubiera hecho algo muy gordo para que se portaran así, aunque no sabía qué. Estaba deprimida, Lucía y Carlota habían sido mis únicas amigas y aún así me habían dejado sola. Los días se me hacían interminables, más de un día me quedaba en casa y no quería ir al instituto, incluso mis notas bajaron. Me sentía fatal. El mismo episodio de terror se repetía una y otra vez, día tras día. Belinda entraba a primera hora y formaba un corro a mi alrededor, lleno de gente que me insultaba coreándola. Ella era, digamos “la abeja reina” nadie se atrevía a llevarle la contraria y yo me sentía impotente. Los insultos duraban hasta que llegaba el profesor, momento en el que el círculo se disolvía y yo era libre para poder mirar a través de la ventana y evadirme. Cosas similares, con matices más o menos crueles, pasaban siempre que un profesor se iba y el recreo era, muchas veces, el peor momento del día.
Hasta que un día exploté, había aguantado mucho.
Belinda se acercó a mí en el recreo. Yo solía sentarme en unas escalinatas que había en la parte de atrás, se dirigió hacia allí y empezó su ronda de insultos.
-Mirad, la bicho raro. ¡Anormal, eso es lo que eres, anormal! Y además eres fea, pero ¿dónde te crees que vas con ésas pintas? ¿Compras la ropa en el mercadillo o qué?- y muchas más vejaciones que machacaban mi autoestima y la dejaban por los suelos mientras los demás se reían. No sé qué pasó dentro de mí pero, si que sé que de repente me levanté como un resorte y le grité a la cara:
-¡¿Sabes qué?!- dije histérica- yo seré una hortera, anormal y lo que quieras llamarme, pero al menos no soy una idiota y una cobarde. Porque, que te enteres, todos los que están aquí no son capaces de echarte cara, ¡gusano! Y lo más triste de todo es que ni siquiera te aprecian, te ponen verde por detrás porque eres una I-D-I-O-T-A.
En ese momento el timbré sonó y yo me escabullí dejando a Belinda con la palabra en la boca. Cuando ella llegó a clase se acercó y me dijo:
-Anormal, a la salida te espero, a ver quién es el gusano y la cobarde ahora.
Al salir de clase Belinda me esperaba, con ayuda de varias más me llevó lejos de la vista de los profesores.
-¿Gusano e idiota? ¿No tienes mejores cosas que decirme? , qué patético, tú sí que eres una gusano y una idiota, ahora vas a saber lo que es bueno- me empujó contra la pared y alguien me agarró por detrás, vi que una chica lo grababa todo con el móvil, reconocí a una de mis antiguas amigas, no me lo podía creer. Belinda me dio un puñetazo, yo no sabía defenderme de esa forma, y menos si me agarraban mientras ella me pegaba. Intenté desasirme pero no fui capaz. Belinda siguió pegándome, me propinó patadas y puñetazos y me dejó tirada en el suelo, hecha un ovillo y arrinconada en la pared. Cuando terminó su venganza me dejó allí tirada y se fue. Los profesores ni se inmutaron ya que todo pasó en la parte de fuera, en las traseras de edificio.
Me salvó una chica que pasaba por allí. Recuerdo que me agarró, me trajo a este parque y me sentó en un banco, yo todavía temblaba, estaba avergonzada, dolorida, confusa y enfadada conmigo misma. Debí de haberme dado cuenta de cómo eran el tipo de chicas con las que me juntaba, ellas no eran mis amigas, me lo habían demostrado varias veces con sus desaires pero nunca había querido ver la realidad de las cosas, había sido estúpida.
-¿Qué pasaba?- me preguntó al cabo de unos minutos en absoluto silencio- ¿Por qué te pegaba esa chica?- no le respondí- Me vas a decir al menos como te llamas ¿no?
Seguí callada, sentada en el banco y mirando hacia abajo.
-No quieres hablar ¿eh? Bueno, te entiendo, estás temblando del susto ¿quieres que llamemos a tus padres?
-¡No!- dije mirándola por primera vez casi gritando y alarmada- ¡No por favor, no les llames! ¡ No quiero que se enteren! No, por favor.
-Vaya, de acuerdo, no te pongas así- hizo un pausa y me miró durante unos minutos. Era una chica delgada, de piel pálida y cara alargada, tenía los ojos grisáceos, y el pelo largo y liso teñido de rojo, a juego con su llamativo pintalabios. Vestía camisa abotonada, falda de tablas y botas militares, todo negro, de su hombro colgaba una bandolera y era asombrosamente guapa. Me quedé un poco sorprendida de no haberme fijado en su aspecto antes, no la había visto nunca en el colegio, volvió a hablar después de coger aire -. Bueno, entonces te acompañaré a tu casa, al menos así me aseguraré de que esas tías no te vuelven a hacer nada por el camino- dio una palmada y se levantó de mi lado-. Por cierto, yo me llamo Mireia- dijo tendiéndome la mano.
-Yo soy Silvia- le dije agarrando la mano que me tendía y levantándome del banco-. Gracias por sacarme de ahí.
-Oh, no hay de qué, he estudiado en ese sitio, es un lugar horroroso, está lleno de... dejémoslo en idiotas.
-¿Y dónde estudias ahora? Nunca te he visto por aquí- dije mientras empezábamos a andar en dirección a mi casa
-Bueno, ahora estoy en un instituto diferente. Uno público, se llama I.E.S San José- dijo sonriendo- y he de decir que estoy mucho mejor allí, salí huyendo de ese colegio en cuando pasé a la E.S.O, he estado allí desde parvulario.
-Ah…- me di cuenta de que ella había pasado por mi situación. Tal y como dijo me acompañó a casa, me dijo que vivía cerca y que vendría a verme en cuanto pudiera. Cuando llegué a casa la sensación de inseguridad me volvió a invadir, no quería volver al instituto, no quería y no lo haría. Le dije a mi madre que me había caído por las escaleras al subir, para justificar los moratones que tenía por todo el cuerpo, y que me había arañado con la barandilla, para que no sospechara de las marcas que tenía en el cuello y la cara. Fingí durante dos días que estaba enferma. Mis padres no se enteraban de lo que verdaderamente me pasaba, estaban demasiado ocupados en el trabajo, de modo que no hubo ningún problema. Tal y como me prometió, Mireia fue a verme, nos hicimos muy amigas, me dijo que debía ser fuerte y que tarde o temprano debería plantarles cara.
- Sea como fuere, no podrás estar toda la vida sin ir a clase- me previno. Decidí que tenía razón y al día siguiente me presenté en clase… Intenté pasar desapercibida, pero no me libré de los comentarios satíricos y las burlas que aumentaron gracias a mi ausencia y a que la noticia de la paliza había llegado a oídos de todos. Como puedes imaginar las cosas no fueron precisamente bien, después de aquello las burlas y mofas fueron constantes. Aunque yo pretendía que me parecieran indiferentes no era fácil, los insultos y ridiculizaciones por parte de Belinda y las demás pasaron de nuevo a formar parte de mi rutina diaria y a menudo llegaba a casa llorando. Mireia se convirtió en mi mayor apoyo, ella me decía que debía contárselo a mis padres. Por supuesto me negaba en rotundo, sabía que eso solo traería más problemas. Pasé así meses, perdí la cuenta de los días y el tiempo que pasaba en aquel horrible sitio. La situación se hizo totalmente insostenible, como ya he dicho, mis notas bajaron y me sentía fatal, sólo quería morirme. El colmo llegó cuando intentaron quemarme el pelo mientras andaba por uno de los pasillos del instituto. No sé cómo, pero me di cuenta de que no podía seguir así, de repente todo lo que me había dicho Mireia cobró fuerza en mi cabeza y decidí defenderme. Fue una cosa instantánea, como el día en que me encaré con Belinda en el recreo. Al salir de clase dije a Mireia que les iba a contar todo a mis padres, pero que necesitaba su apoyo, acababa de tomar la decisión más dura de mi vida. Aceptó acompañarme y ser mi apoyo mientras se lo decía, y le estaré eternamente agradecida por ello. Cuando entramos en casa acababan de llegar, sabía que se irían en breve así que aproveché el momento.
-Mamá, papá- les llamé.
-Estamos aquí, cielo- respondió mi madre.
Entré en la cocina con Mireia, mi madre estaba calentando algo en el microondas mientras mi padre ponía la mesa, saludamos y les miré seria.
-Tengo que deciros algo- dije de un tirón. Me miraron expectantes, al principio recuerdo que no me salía la voz y que temblaba, quería llorar. Noté como Mireia me apretaba la mano en señal de apoyo y me armé de valor- será mejor que nos sentemos- aconsejé. Mis padres debieron intuir que me pasaba algo serio ya que me hicieron caso y me escucharon atentamente.
-Dinos, hija- apremió mi madre con cara de preocupación-. ¿Qué pasa?
-Verás mamá, yo…- empecé a temblar, Mireia me apretó de nuevo la mano, respiré y dije-quiero cambiarme de instituto.
-¿Qué?- preguntó mi padre sorprendido- pero, ¿por qué? Al que vas es un sitio de prestigio, siempre te había hecho ilusión poder estudiar ahí, además, te abrirá muchas puertas.
-Sí, hija, ¿Qué te pasa? ¿Ahora de repente quieres tirar tu futuro por la borda?- dijo mi madre alarmada- No te podemos cambiar así como así.- Intenté calmarme y no estallar. Me mantuve firme y miré a mis padres.
-Sufro acoso en el instituto- solté sin pensar e intentando no echarme a llorar- mis amigas me han dejado de lado sin razón aparente, se han vuelto contra mí, me insultan y me ridiculizan, llevo así meses, esta mañana… me han intentado quemar el pelo y cuando dije que me había caído por las escaleras en realidad me habían pegado una paliza a la salida del colegio.
Mis padres se callaron al instante, lo primero que salió de mi madre fue:
-Hija, no teníamos ni idea- claro que no la tenían, siempre estaban demasiado ocupados o trabajando o peleándose.
-Pues es lo que hay – dije ya empezando a llorar- y quiero irme de ese sitio horrible.
-Podrá venir a mi instituto- propuso Mireia- yo he pasado por lo mismo, es una mala experiencia pero con apoyo se hace más fácil.
-Cariño, lo siento- dijo mi madre levantándose y dándome un abrazo- te prometo que a partir de ahora estaremos más atentos a lo que te pasa y por eso no te preocupes, iré mañana a hablar con el director, te prometo que te cambiaremos de instituto. Mi padre no pronunció una palabra más, parecía descorazonado, cuando por fin habló dijo:
-La próxima vez que te pase algo así, cuéntanoslo.
Por suerte para mí las cosas salieron bien y me cambiaron, justo al instituto de Mireia, donde te conocí a ti. Tuve un final feliz, pero para toda la gente no es igual. El acoso escolar es silencioso, como una sombra, para verlo tiene que haber un mínimo de luz y hay que saber enfrentarse a ello, no es algo agradable ni inofensivo, lo pasé realmente mal y creía que debía contártelo, ya que es una parte de mi vida que casi nadie conoce, pero tú eres especial.
-No tenía ni idea de que hubieras pasado por todo eso- dijo Tom, miraba a Silvia con gran comprensión- aunque en cierto modo si no te hubiera pasado no te hubiera conocido.
-Sí, al menos salió algo bueno de todo aquello, pero eso no suele ser frecuente
- Fue el peor curso de mi vida – confesó.
-Pero… ¿ya lo tienes superado, no?
-Sí, gracias a la gente que de verdad me quiso, mi madre hasta dejó de trabajar.
Se hizo un silencio, sólo se escuchaba el canto de las chicharras y unos niños lejanos jugando, el calor era insoportable y se respiraba un aire igualmente bochornoso.
-Te echaré de menos cuando te vayas. No sé que voy a hacer sin ti- dijo ella- te quiero.
- Y yo a ti
La pareja se levantó y se agarró de la mano, bastaba un vistazo para ver cuánto se querían y el apoyo que suponía el uno para el otro, la distancia no les separaría, por mucha que fuera.


-MAB

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