Consiguió que me imaginara una vida bonita.
Le gustaba U2 y la Estrella Galicia fría.
Llegué a preguntarmele
una media de tres veces al día
si de verdad teníamos esperanza de vida.
Me convenció de que era imposible que no saltara a la vista que me quería.
Tenía los ojos azules, la voz grave y la cabeza fría.
O eso creía.
¡Qué fácil fue que cambiaran las tornas!
Siempre pensé que sería yo la que huiría, pero no.
Yo me quedé, el me dejó.
Y lloré lo imposible
y dolió lo inimaginable;
porque otra ocupaba mi lugar sin más,
como sin querer.
Pero queriendo.
Es tarde, aún estoy rota.
Y de momento no podré volver a escuchar el quinto álbum de U2 sin llorar.
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